miércoles, 26 de diciembre de 2007

una persona (pero muy cercana) me dijo, mientras amanecía una navidad más bien miserable, que mi nuevo blog es muy normal, sin atractivos, que no parece mío, que el nombre, que el diseño, que es una regresión. otra persona, una amiga, me había dicho, en el atardecer de su departamento de caballito, que salir con señoritas muy jóvenes y escuchar a los piojos eran una misma cosa. y todo el mundo pone los ojos como un dos de oro cuando se entera de que, después de muchos años de distancia e independencia, estoy viviendo con mi vieja en la casa de siempre.

estos comentarios y reacciones me hacen percibir, de una manera tan clara como el aire de colegiales, el secreto idealismo de la historiografía: la fantasía de que la historia es una línea a lo largo de la cual el tiempo vacío se distribuye homogéneamente. esto no es así. me lo sugirieron algunas lecturas y me lo confirmó mi experiencia actual: vivir con mi vieja y escuchar discos que había dejado de lado no son metáforas de un retroceso sino realidades cargadas de diversos tiempos. y entre ellos, de manera muy significativa, el futuro.

mi amor por los discos demodé es una constante, pero tardé años en entender que esa actividad no era meramente nostálgica. para mí, el ritmo mundial, ay ay ay u hotel calamaro son navegaciones teóricas y eróticas por el tiempo y el espacio. son destellos de un mundo mejor que siempre puede volver y a veces lo hace. y son indagaciones, preguntas, respuestas, consejos entre tiempos distintos que se encuentran.

vivir con mi vieja es también, más que una repetición, una diferencia. si bien hubo pozos (y ahí sí prevaleció la repetición), la situación general tendió al bienestar y al éxtasis de tener mucha luz, pocos vecinos, un perro, postes del sesenta y tres, un barrio de casas bajas y lluvia.

en cuanto a este blog: el antiintelectualismo... momento: este blog es antiracional, no antiintelectual. está bien: la racionalidad es tristísima. y mi prosa medio borgesiana me había hartado.

todo esto es lo que no pude contestarle (a ciertas horas es imposible creer en nada), en ese jardín navideño y silencioso, a mi hermano.